Hoy en día hablar de sostenibilidad, en un mundo saturado de mensajes que nos invitan a consumir, competir y compararnos, es un acto de esperanza. La sostenibilidad, más que un concepto ambiental, es una forma de vida que busca equilibrio.

No se trata solo de cuidar al planeta, sino de cuidar todo lo que sostiene nuestra vida: nuestro entorno, familia, comunidad, recursos, actitudes y valores.

En ese contexto, la Educación para el Desarrollo Sostenible (EDS) es una estrategia para entender el mundo y preparar a las nuevas generaciones para vivir en él con conciencia.

Cuidar es también ahorrar. No por escasez, sino por sabiduría. Porque aprender a usar sólo lo justo y necesario, a priorizar lo que importa y a prever las consecuencias de nuestras elecciones es la base de una economía verdaderamente sostenible.

Enseñar a los niños a distinguir entre necesidad y deseo, entre abundancia y exceso, es tan urgente como enseñarles a reciclar o a sembrar un árbol.

Una economía sostenible no se construye solo con energías limpias, sino también con cada decisión que tomamos en nuestra vida diaria. Es, en definitiva, elegir un modelo de vida donde no solo se piense en el 'yo', sino también en el futuro de la familia, de la comunidad y del planeta.

Vivimos en un mundo cambiante, incierto, a veces caótico. Por eso, formar para la sostenibilidad también es formar para la adaptabilidad y la flexibilidad: habilidades que nos permiten responder con creatividad a los desafíos, aprender de los errores, ajustarnos sin perder el rumbo.

La sostenibilidad requiere fortaleza, pero no la del control rígido, sino la del bambú, que se dobla sin quebrarse, que se adapta sin perder su esencia. Es una fortaleza serena, entrenada en la coherencia, la empatía, el cuidado y la responsabilidad.

No hay sostenibilidad sin paz. La violencia, en cualquiera de sus formas, rompe los lazos que sostienen a las personas y las sociedades. Enseñar a vivir en paz es enseñar a dialogar, a respetar, a convivir con la diferencia. Es una condición esencial para que cualquier esfuerzo sostenible pueda prosperar.

Tampoco hay sostenibilidad sin belleza. Pero no la belleza superficial que nos venden las redes sociales, sino la belleza real: la de un entorno cuidado, la de un gesto generoso, la de una comunidad que crece junta.

Enseñar a reconocer esa belleza es también educar a despertar la sensibilidad, formar en lo que no se puede medir, pero sí sentir.

En un entorno digital donde abunda la desinformación y se premia la velocidad más que la veracidad, formar en sostenibilidad implica también enseñar a pensar.

A verificar, a cuestionar, a construir una mirada propia. Las redes sociales pueden ser una herramienta de aprendizaje o una fuente de confusión: todo depende de cómo las usemos.

Por eso es crucial enseñar a distinguir entre lo real y lo aparente, entre lo verdadero y lo conveniente, entre lo viral y lo valioso. Porque una sociedad bien informada es una sociedad más libre, más justa y capaz de construir una sostenibilidad real.

La inmediatez nos empuja a reaccionar sin pensar, a decidir sin cuestionar, a consumir sin medir. Es impulso, velocidad, satisfacción momentánea. La sostenibilidad, en cambio, es reflexión. Es pensar antes de actuar, analizar consecuencias, elegir con propósito.

Es entender que cada decisión es una semilla, y que todo lo que se siembra con tiempo, cuidado y conciencia, construye el futuro.

La sostenibilidad debe despertar en las futuras generaciones el deseo de crear, emprender y proponer soluciones a problemas que afecten nuestro entorno. Emprender no solo con visión financiera, sino con propósito social y ambiental.

El emprendimiento sostenible invita a observar el entorno, identificar necesidades reales y actuar con compromiso.

Es enseñar que no hace falta esperar a que otros solucionen los problemas, cada uno de nosotros, sin importar el lugar o contexto donde estemos, podemos contribuir con ideas, acciones y proyectos que transformen nuestro entorno.

Hoy muchas de nuestras decisiones, sobre lo que compramos, lo que creemos y lo que hacemos, están influenciadas por algoritmos. La inteligencia artificial tiene el poder de predecir comportamientos, pero no debe reemplazar el juicio ético ni el pensamiento humano.

Educar para la sostenibilidad también es formar usuarios críticos de la tecnología, promoviendo la creación y no sólo el consumo pasivo de la misma. Es enseñar a utilizar la inteligencia artificial para apoyar y optimizar procesos humanos, no para reemplazarlos.

Porque la sostenibilidad no solo pregunta qué puedo hacer, sino qué debería hacer, y esa es una pregunta profundamente humana.

Sostenibilidad es aprender a sostener lo esencial: la vida, los vínculos, la salud, la paz, la belleza, la justicia. Es una forma de vida que no se impone, pero que se contagia. Que no necesita etiquetas, pero sí convicción.

Formar generaciones sostenibles es enseñar a vivir de otra manera: no por moda, sino por necesidad. No como renuncia, sino como posibilidad. No desde el miedo, sino desde el deseo profundo de cuidar lo que vale la pena conservar.

La Educación para el Desarrollo Sostenible abarca lo que aprendemos, cómo lo aprendemos y el entorno en el que aprendemos. Es por eso por lo que se considera un facilitador para todos los ODS de la Agenda 2030 y una estrategia para transformar la educación.

Para ello debemos enfocarnos desde los primeros años en el desarrollo de habilidades que hoy en día se identifican de diversas maneras, de acuerdo con el contexto en que se citen, pero que son las mismas que se han requerido desde hace más de 20 años y que todos conocimos como las habilidades del Siglo XXI.

Desarrollar estas habilidades de manera sostenible significa vivirlas, promoverlas y evaluarlas a lo largo de los años, no solo de manera transversal en un currículo, o un proyecto.

Las habilidades que hoy se demandan para la integración ética y efectiva de la IA en la educación, o las que se requieren para combatir la pobreza, el cambio climático, la equidad, la paz el respeto o la inclusión, son el reflejo de la ausencia de las habilidades que no hemos logrado promover en nuestros estudiantes:

  • Pensamiento crítico
  • Solución de problemas
  • Creatividad
  • Capacidad para planificar con anticipación para un escenario futuro
  • Pensamiento multidimensional e integrador
  • Habilidades de comunicación
  • Capacidad de cooperar con otros
  • Respeto por las relaciones y conexiones socioemocionales

Así, transformar la educación para la sostenibilidad requiere disrupción, persistencia, valentía y determinación para desafiar las prácticas convencionales y enfocarnos en lo que siempre ha estado presente.

*** Claudia Limón es miembro del Consejo Asesor de la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI).