El presidente de Estados Unidos, Donald Trump

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump EP

Opinión

El efecto tequila de Trump

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Uno de los dramas ubicuos de este tiempo que nos está tocando vivir es la caída del nivel intelectual de la clase dirigente; pérdida generalizada de calidad entre la élite occidental cuyo paradigma encarna como nadie el presidente norteamericano, Donald Trump.

Y es que, si Trump y los que le rodean no fuesen tan ignorantes, ya habrían descubierto en las páginas de un célebre ensayo de Keynes. Las consecuencias económicas de la paz, cuál va a terminar siendo el resultado inevitable del acoso arancelario contra su vecino del sur, México, y otros muchos países emergentes. 

Porque no hace falta disponer de ninguna bola de cristal para adivinar el futuro a ese respecto, basta con comprender el razonamiento que desarrolla ahí el padre de la macroeconomía en su célebre crítica al Tratado de Versalles; y luego, una vez asimilado su hilo argumental, pensar en México donde él dice Alemania.

Nadie en la Casa Blanca parece conocer aquella historia, pero, todavía con los cañones humeantes, Estados Unidos comenzó a presionar por todos los medios a sus antiguos aliados europeos durante la Gran Guerra -en particular Francia y el Reino Unido- para que devolvieran sin prórrogas ni mayor dilación los préstamos intercontinentales con los que habían financiado el gasto militar durante los cuatro años, de 1914 a 1918, que había durado el conflicto. 

Por su parte, los deudores apelados, franceses y británicos, acordaron endosar el importe íntegro de aquella inmensa factura bélica a la potencia perdedora, Alemania. En esencia, eso fue Versalles.

A esta hora, medio planeta, el más pobre y dependiente, anda endeudado hasta las cejas en dólares norteamericanos

Y quizá Alemania hubiera podido honrar con el paso del tiempo una deuda tal colosal, algo que habría ahorrado a la humanidad la Segunda Guerra Mundial, si la falta de visión de los norteamericanos no los hubiera empujado a castigar a la República de Weimar con aranceles leoninos.

Aquellos miopes aranceles de Estados Unidos contra Alemania, el “castigo” de Washington a Berlín por la depreciación deliberada del marco que abarataba las exportaciones germanas, fue lo que empujó a la quiebra definitiva a Alemania y, acto seguido, abrió de par en par las puertas de la Cancillería a un cabo austriaco llamado Adolfo Hitler. 

En cuanto a la conclusión al respecto de Keynes, se podría resumir en la idea, obvia si bien se mira, de que la nación acreedora debe, por interés propio, facilitar que los países deudores puedan exportar sus mercancías, algo que constituirá la única forma de que obtengan los medios de pago precisos para saldar las obligaciones financieras frente a terceros.

Puro sentido común. A esta hora, medio planeta, el más pobre y dependiente, anda endeudado hasta las cejas en dólares norteamericanos. Así las cosas, México, que consiguió convertirse en la segunda potencia industrial de América Latina gracias a las maquiladoras que se instalaron al otro lado del Río Grande para aprovechar sus salarios más bajos, logra honrar los pagos de su deuda externa - toda ella denominada en dólares-  solo gracias a la dos grandes fuentes de ingresos en divisas que Trump se apresta a destruir por las bravas.

Hablamos, por un lado, de las remesas de dólares que los trabajadores locales emigrados a Estados Unidos envían a sus familias residentes en el país; esos mismos emigrantes que Trump ya ha comenzado a deportar. Y por otro, de los ingresos, vía cobros por las exportaciones industriales al mercado de Estados Unidos, que la anunciada barrera arancelaria del 20% va a hacer disminuir de un modo tan drástico como fulminante.

Y es que en la Casa Blanca tampoco parece haber nadie que tenga constancia de lo que en su momento, principios de los noventa, se conoció como “Efecto Tequila”

Un doble colapso para la balanza comercial mexicana que, a muy corto plazo, forzará al Gobierno de Claudia Sheinbaum a elegir entre un programa de ajuste radical que derrumbe la economía de una nación parte significativa de cuyo territorio ya se encuentra bajo el control efectivo de los cárteles del narcotráfico, o, segunda opción, a declarar la suspensión de pagos de su deuda soberana; cuando no a tener que afrontar ambos desenlaces de forma simultánea. 

Y es que en la Casa Blanca tampoco parece haber nadie que tenga constancia de lo que en su momento, principios de los noventa, se conoció como “Efecto Tequila”. Pues tampoco nadie, por lo visto, le ha explicado a Trump lo que sucedió cuando los inversores en Sudamérica acusaron recibo de que uno de los principales países de la región, México por más señas, se encontraba en serias dificultades para poder amortizar sus bonos soberanos denominados en dólares.

Ocurre que cuando ese tipo de noticias comienzan a circular, cualquiera que tenga algo que perder en una moneda ajena, débil e inestable se empieza a poner nervioso. 

Y cuantos más inversores se ponen nerviosos, más valor adicional pierde la moneda ajena, frágil e inestable. Así fue como empezó la caída al abismo, una tras otra, de las divisas latinoamericanas cuando el temor a un contagio de lo ocurrido con el peso y su súbita depreciación hizo que quemasen en las manos de sus tenedores.

Por lo demás, la secuencia de esas sucesivas distorsiones catastróficas tiende a resultar siempre la misma en todos los casos. Primero, se derrumba el tipo de cambio de la moneda local frente al dólar por efecto de la propia presión vendedora de los que quieren deshacerse de ella.

 Segundo, el inmediato encarecimiento de las importaciones en dólares - la principal suele ser el petróleo- lleva a que se dispare la inflación interna. Tercero, la ulterior subida brusca de los tipos de interés al objeto de tratar de contener la escalada de los precios, el clavo ardiendo al que se aferrará el Gobierno, conlleva la parálisis de la inversión empresarial y el ahogo financiero de las empresas y consumidores locales.

Una suma y sigue de desastres que suele terminar con el típico “rescate” del FMI y la manida receta de la “austeridad”. Y la mitad del planeta - decíamos ahí arriba-, no sólo México, se podría enfrentar a ese panorama si nadie en la Casa Blanca se anima de una vez a comprar por Amazon algún libro de historia económica contemporánea antes de que ya sea demasiado tarde.

*** José García Domínguez es economista.