
El presidente electo de Estados Unidos, Trump, asiste a un evento de Turning Point USA en Phoenix, Arizona. Reuters
Donald Trump no decepciona. Ni en las formas, ni en el fondo. Esta semana, con el estruendo habitual que acompaña sus anuncios, prometió duplicar los aranceles sobre el acero y el aluminio desde el 25% hasta el 50%.
Un nuevo escalón en su guerra comercial global, tan intermitente como ruidosa. Lo dijo en un mitin en Pensilvania, claro, epicentro simbólico de una América industrial que añora su esplendor pasado mientras importa acero canadiense, japonés y europeo.
El arancel del 50% es una barrera. O, mejor dicho, una valla, como dijo Trump, fiel a su narrativa de fortificaciones. Primero fue la valla con México para frenar inmigrantes.
Ahora es la valla económica para detener importaciones. Se valla la frontera, se valla la competencia. Estados Unidos convertido en un gran cercado industrial en nombre del patriotismo económico.
Para los intereses españoles, en esta ocasión hay quien podría salir ganando. Es el caso de Acerinox, que opera en Kentucky a través de North American Stainless, una planta integrada verticalmente y considerada una de las más eficientes y competitivas de todo el país que produce más de 900.000 toneladas de producto muy demandado en la construcción, el transporte, y protagonista de la transición ecológica, sectores destinantarios de gran parte del gasto presupuestado por el gobierno americano.
Hace unas semanas Acerinox anunció la adquisición por 740 millones de dólares de Haynes International, lo que refuerza su presencia en el país
Estamos hablando de una empresa que es líder en el mercado americano en cuota de mercado, no en vano casi el 50% de la producción de acero inoxidable en Norteamérica se funde en sus instalaciones.
Precisamente, hace unas semanas Acerinox anunció la adquisición por 740 millones de dólares de Haynes International, lo que refuerza su presencia en el país, elevando sus posibilidades por la vía del gasto y el proteccionismo.
La medida llega apenas unos días después de que Trump haya bendecido el acuerdo entre Nippon Steel y US Steel. Lo que hasta hace nada era una operación “impensable” para su relato de 'America First', hoy es una alianza “monumental”.
¿Por qué? Porque Nippon ha prometido invertir más de 14.000 millones de dólares en suelo estadounidense. ¿Es esto una compra o un rescate encubierto?
¿Una fusión estratégica o una protección arancelaria disfrazada de colaboración? Lo cierto es que parece más bien lo segundo: una vía indirecta de mantener vivo a un emblema nacional sin tener que llamarlo rescate.
Porque si algo ha demostrado Trump, y también algunos de sus rivales, es que los aranceles son, más que una herramienta económica, un arma política
Y mientras Japón pacta su entrada por la puerta grande, el Reino Unido se come un portazo. UK Steel lamenta que sus exportaciones anuales que ascienden a 400 millones de libras, queden ahora en el aire. Justo después de firmar acuerdos comerciales especiales con EEUU que se vendieron como logros.
Lo interesante es que esta subida arancelaria no es una excentricidad de Trump, sino más bien una continuación de lo que vimos tanto en su primer mandato como, en menor medida, durante la administración Biden.
El mensaje de fondo no ha cambiado: proteger al obrero de cuello azul, blindar el Midwest frente a las importaciones, y convertir cada molino de acero en una bandera electoral. Lo que sí ha cambiado, quizás, es la percepción sobre la industria siderúrgica estadounidense, que sigue siendo ineficiente, contaminante y cada vez menos competitiva. ¿Hay que salvarla o dejar que evolucione?
Y no olvidemos que la justicia estadounidense acaba de declarar ilegales muchos de los aranceles anteriores, aunque no afecten directamente al acero. El sistema intenta poner orden, pero el discurso político va por otro carril.
Porque si algo ha demostrado Trump, y también algunos de sus rivales, es que los aranceles son, más que una herramienta económica, un arma política.
El caso español, por cierto, merece una reflexión especial. Tenemos en Acerinox una multinacional puntera, altamente internacionalizada, con tecnología, eficiencia y capital humano. Que se vea atrapada en un fuego cruzado de decisiones políticas sería preocupante, pero por fortuna no es el caso. De momento.
Porque si algo demuestra esta nueva valla arancelaria es que, en el juego global, las normas cambian sin aviso. Y porque, al final, los que saltan no son los productos, son los equilibrios geoestratégicos.