Álvaro Morata, cabizbajo después de perder la final de la Nations League.

Álvaro Morata, cabizbajo después de perder la final de la Nations League. Reuters

Columnas LA GALERNA

Por la mirada de Morata cruzan gatos negros

La expresión con la que Morata se dirigió al punto de penalti no era exactamente el paradigma de la determinación y el optimismo.

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“Todos sabíamos que Morata lo iba a fallar” puede haber sido la frase más repetida en las tertulias mañaneras. Hay quien añade a esta sentencia la coletilla “incluso De la Fuente y el propio Morata”.

No apostaría por esto último, si bien la expresión con la cual el delantero español se dirigió al punto de penalti, en el lanzamiento que le correspondía en la tanda que decidiría ante Portugal la final de la Nations League, no era exactamente el paradigma de la determinación y el optimismo.

Sin embargo, nadie tenía derecho a alarmarse en exceso ante su expresión, atormentada y torva, en los pasos previos al lanzamiento.

Con ese mismo rictus ha acometido otras pifias, sí, pero tampoco se desembarazó de esa cara de proverbial padecimiento instantes antes de clasificar a España para el Mundial de Catar, en 2022, marcando a Suecia en el último minuto.

O cuando metió a su país en la Final Four de esta misma competición, anotando ante la propia Portugal.

Incluso cuando le salen bien las cosas (y anotémoslo ya: a veces le han salido muy bien) no pierde nuestro hombre ese aire taciturno y cariacontecido que parecen denotar una permanente batalla interna contra el mundo.

En 2015 echó de la Champions a su querido (creo no hablar con ironía) Real Madrid, marcando en el Bernabéu con la camiseta de la Juve. No lo celebró, y los madridistas lo agradecimos, asumiendo que se abstenía de hacerlo por gratitud al club que le crió.

Con el tiempo descubrimos que, en realidad, Morata no celebra nunca nada porque vive enojado con su destino, se diría que también cuando este le sonríe. Por eso le acompaña esa fama de gafe, seguro que injusta, pero también inevitable.

Por la mirada de Morata cruzan permanentemente gatos negros. Corresponde ya al observador decidir si dichos felinos son (o no) augurio de alguna catástrofe más o menos irreparable.

Diogo Costa detiene el lanzamiento de penalti a Álvaro Morata.

Diogo Costa detiene el lanzamiento de penalti a Álvaro Morata. EFE

Proliferan hoy los memes, algunos rigurosamente ingeniosos, pero a mí me cuestan el jolgorio y la rechifla, igual que a él le pasa con los goles (y con casi todo lo demás, sospecho). Morata es el hombre permanentemente adusto.

“Si escribes sobre Morata y no hablas mal de él, no harás amigos dentro de tu target”.

¿Cómo voy a tener la crueldad de hablar mal de un hombre que se ha equivocado tanto? Su carrera, un recorrido errático por clubes a los que juró haber amado desde niño en cada una de las presentaciones, es ciertamente ridícula, pero ¿es el ridículo censurable?

Más bien me parece digno de esa forma de compasión que linda con el alipori, tan indescriptible, tan incómoda.

En ese sinfín de estrafalarios traspasos de unos clubes a otros, Álvaro ha generado mucha rechifla y también, pásmense, 208 millones de euros, que se han movido entre las entidades interesadas. Semejante icono del comercio no puede caer mal a nadie con un mínimo espíritu liberal.

Morata falla penaltis a causa de la frustración que siente quien considera que este gran viejo mundo le debe algo. No hay nada más digno de la compasión de los demás que la autocompasión de alguien.

No escribo con el menor deje de sarcasmo, ni ahora ni en ninguna frase anterior. Quisiera borrar con salfumán la menor sospecha de que le desprecio o me río de él. Siempre me estremezco cuando Steven Tyler, de Aerosmith, canta eso de I’ll say a prayer for the desperate hearts tonight.

Yo compadezco de corazón la disputa irrestañable que este chico mantiene con el mundo, me gustaría ayudarle a curar esa herida. Con la misma sinceridad con la que le mando este fuerte abrazo, aborrezco los memes con todo el convencimiento posible.