
Sonia Navarro delante de un par de piezas de la exposición. Foto: Cristina Villarino
Sonia Navarro, artista textil: "Mi trabajo es un homenaje a las mujeres que cosieron en silencio"
Coser es una forma de dibujar el mundo y Navarro hila los relatos de las artesanas junto a los de su propia vida. La sala Alcalá 31 de Madrid le dedica una merecida retrospectiva entre el feminismo y la ecología.
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Nos encontramos con Sonia Navarro (Puerto Lumbreras, 1975) hilando fino en un montaje monumental. Las piezas de gran formato ya están situadas y resplandecen en sus hornacinas. La sala es un ir y venir de montadores que la demandan continuamente.
Nos escapamos para repasar con ella más de veinte años de trabajo y las puntadas más interesantes de esta exposición titulada Fronteras y territorios, donde arte y artesanía coexisten y donde aún queda mucha tela que cortar.
Es la segunda vez que trabaja con las comisarias, con las que ya trabajó en Murcia, a quienes delegó casi por completo la labor de la elección de las piezas que llenan Alcalá 31.
Pregunta. Vuelve a trabajar con María de Corral y Lorena Martínez de Corral tras la experiencia de la Sala Verónicas de Murcia. ¿Cómo ha sido el trabajo con las comisarias?
Respuesta. Maravilloso. Tienen tanta experiencia que te sientes bien acompañada en este viaje. La exposición de Verónicas fue el germen de lo que sucede ahora; continuar juntas en Madrid ha sido un regalo de la vida.

Sonia Navarro delante de su pieza 'Spartera', 2010. Foto: Cristina Villarino
P. ¿Cómo se gestó la selección de piezas?
R. Empezamos repasando obras frente al ordenador. Conocen mi trabajo desde hace años y sabían qué podía funcionar aquí. Me sorprendió su apuesta: rescataron cuadros de 2004 que llevaban dos décadas embalados en Murcia. Yo siempre confío en los profesionales: me fío tanto de un buen espartero como de un buen comisario. Para mí es muy importante el trabajo colaborativo.
P. La exposición se presenta como una “revisión de media carrera”, ¿qué la distingue de una retrospectiva al uso?
R. Es mi primera exposición individual, institucional y de revisión en Madrid, un puente entre lo que he hecho, lo que estoy haciendo y hacia dónde voy. Hay obras de mis veintitantos, piezas recientes en esparto y obras inéditas realizadas en colaboración con la talabartera de mi pueblo. El trabajo de un artista necesita leerse en conjunto.
P. Ahora que se reencuentra con piezas que llevaban décadas almacenadas, ¿qué siente?, ¿se reconoce en ellas?
R. Siento vértigo y, a la vez, un reconocimiento total: son espejos de las etapas de mi vida. Mis primeras obras hablan mucho del cuerpo: tuve un hermano tetrapléjico que falleció a los 22 años. Cuando él estaba en el hospital de Toledo yo me quedaba con mis abuelas, quienes me enseñaron a coser; muchas piezas reflejan su presencia y, tras su muerte, su ausencia.
P. La sala se ha adaptado a sus piezas y no al revés.
R. Sí. Alcalá 31 es un espacio difícil, pero te permite modelarlo. Trabajar con Leona Studio, que es quien ha hecho la arquitectura efímera, ha sido un lujo: diseñamos muros que se pliegan como patrones.
P. Elija una obra de la exposición y explíquenos por qué es importante para usted.
R. Elijo una pequeñita: Marcos Salvador, dedicada a mi hermano. Él me enseñó que tenemos todo para ser felices. La rueda –por su silla de ruedas– recorre toda mi carrera: me conecta con el pasado y me impulsa al futuro.
P. En su trabajo hay un hilo que conecta lo rural y lo urbano.
R. Siempre me interesó la esencia de los pueblos y cómo cambia nuestra forma de vivir en la ciudad. Madrid me dio la oportunidad de ser artista y de ver mucho, algo fundamental. Todo mi trabajo tiene que ver con los recorridos, cada puntada es un viaje de ida y vuelta entre lo rural y lo urbano.

Sonia Navarro. Foto: Cristina Villarino
P. Empezó a trabajar el textil en segundo de carrera, ¿tan claro lo tenía?
R. Yo llegué mayor a la facultad y la aproveché muchísimo. Ya sabía lo que me interesaba. El último año ya había ganado premios y expuse en ARCO. Mis profesoras Rosa Brun o Soledad Sevilla me decían “baja a la biblioteca y busca a Louise Bourgeois, busca a Ángeles Agrela”, ¡es que no había internet!
P. ¿Quiénes fueron sus referentes?
R. Teresa Lanceta, Laura Torrado, Millares, Susana Solano, Zurbarán… y los patrones de la revista Burda. En una sola hoja podían convivir decenas de vestidos; esa abstracción está en mis trabajos más tempranos.
P. En su obra resuena la historia de la pintura. Se entrevé a Tàpies e incluso a Goya.
R. Tàpies ha sido crucial, también Chillida, pero los tengo en cuenta a la hora de crear; todos tenemos un imaginario en el disco duro y, quieras o no, aflora de forma natural.
P. Ha creado “vestidos-jaula” que aluden a la clausura femenina.
R. Surgieron en el patio de un convento murciano. Me interesaba la decisión –o imposición– de habitar un espacio cerrado. Muchas mujeres, religiosas o no, siguen eligiendo ponerse su propio vestido-jaula para protegerse.
P. Colabora con bordadoras de Lorca, esparteras de Blanca y, ahora, la talabartera de su pueblo, ¿qué aportan a su obra?
R. Me encanta trabajar con ellas porque veo esas maneras antiguas, como vienen los niños a los talleres a tomar la merienda y a hacer los deberes. Al final esto se transmite de generación en generación. Por eso para mí son tan importantes las mujeres de los pueblos y ese saber popular, esos patrones que se pasan de unas a otras. Los patrones de costura, como los de la revista Burda, que yo uso con otro significado: el de cómo salir de los patrones establecidos, que no es fácil en el entorno rural.
P. Cuéntenos, ¿cómo comenzó a colaborar con ellas?
R. Hago un taller con Alfonso Albacete en Blanca (Murcia) y nos enseñan la fábrica, bueno la manufactura de esparto, porque es pequeñita, y yo me quedo completamente fascinada. Llevo mi máquina de coser y hago cosas pequeñas, hasta que llega la Manifesta 8 a Murcia y decido hacer una gran pieza con ellas.

'Spartaria trenza', 2024. Foto: Cristina Villarino
P. ¿Cómo es su proceso de trabajo?
R. Encargo el tamaño, la greca y cuando llega al estudio me ayudan dos asistentes, además de mi marido, FOD, que es escultor y maneja perfectamente las herramientas, y vamos atornillando el esparto, poco a poco, a un bastidor de madera.
P. ¿Qué papel juega el feminismo en su práctica?
R. Un papel fundamental. Los mecanismos de poder no han dado oportunidades a las mujeres. No habría llegado a Alcalá 31 sin la lucha de quienes me precedieron, ni sin la enseñanza de mis abuelas. Me las traje conmigo hace años a ARCO para realizar una acción artística y estuvimos cosiendo juntas durante ocho horas. Fue muy emocionante.
P. ¿Qué supuso ganar el Premio BMW de Pintura 2023?
R. Un empujón. El jurado –Miguel Zugaza o Guillermo Solana– es de altísimo nivel. Nunca imaginé ganarlo con una “pintura que no es pintura”. Aun así, lo decisivo ha sido que el Museo Reina Sofía adquiriera obra mía.
P. Dice que hace “pintura que no es pintura”, ¿cómo define su trabajo?
R. Yo digo que no hago pintura, pero luego recapacito y digo, pues sí, sí es pintura [risas]. Aunque mi trabajo nace de un proceso industrial, no puedo decir “quiero este verde”, porque los artesanos trabajan con el material del que disponen y me tengo que amoldar. Ahora utilizo jarapas, que viene del harapo, de los desechos de las algodoneras y restos textiles que los vuelven a meter en las tejedoras. Eso sí que era reciclaje, no lo que se hace hoy, que tenemos tanto textil que ya no sabemos qué hacer con él. Me parece mucho más interesante apañarme con lo que hay, porque eso era lo que hacían las señoras cuando no había otra cosa. Es bonito cerrar el círculo.
P. Su obra está condicionada por la función original del tejido.
R. Exacto. Los bordados de Lorca, por ejemplo, se hacen sobre terciopelos pensados para la Semana Santa.
P. Háblenos de la pieza que abre la exposición.
R. Palmete. El esparto es tan duro que las artesanas llevan una placa metálica en la palma de la mano (el pallete) para empujar la aguja. Es un homenaje a esas mujeres invisibilizadas que cosieron en silencio y que sacaron a sus familias adelante.

'Palmete', 2010. Foto: Cristina Villarino
P. Esas jóvenes generaciones brillan ahora gracias al sacrificio de esas mujeres.
R. Sí, ahora viene la segunda parte, la de quién va a continuar con esas tradiciones. Esas mujeres trabajan día y noche para que sus hijas no tengan que estar allí, y esto es un problema, porque no vale todo traído de cualquier sitio. La artesanía está en peligro.
P. Además su abandono tiene un impacto medioambiental.
R. Si dejamos de consumir esparto va a ser un desastre ecológico porque hace que no se desertice la tierra. Además, ha sido importantísimo históricamente, Cartagena se llamaba Carthago Spartaria de la cantidad de material que salía y que llegaba hasta Madrid, de hecho, la estación de Atocha se llama así porque era un monte de atochas de esparto. Lo mismo sucede con la lana. Trabajo con lana de Carranza o de la trashumancia de Mota del Cuervo y es demoledor ver cómo se está destruyendo la lana recién esquilada porque no hay quien la trabaje. Cuando se cierra un telar ya no se vuelve a abrir.

Un retrato de la artista frente a una de sus piezas realizadas con lana de trashumancia y cinchas de talavertera. Foto: Cristina Villarino
P. El auge del arte textil ¿es una moda o ha llegado para quedarse?
R. Ha llegado para quedarse. Las grandes colecciones latinoamericanas siempre lo han valorado; ahora, por fin, se le da la importancia que merece.
P. Denos un consejo para esas niñas que sueñan con ser artistas.
R. Que lo sean. Hay que proponérselo, desearlo y trabajar muchísimo. Si aquella niña que cosía patrones del Burda llegó a Alcalá 31, cualquiera puede hacerlo.
P. ¿Cómo quisiera que el público se acerque a Fronteras y territorios?
R. Con los ojos, el alma y la mente abiertas. Que miren más allá del material: detrás hay historias de mujeres que nunca salieron en la foto. Si al final se emocionan, habrá cumplido su función.