No hay nada como ver a una artista decir lo que muchos pensamos y pocos se atreven a pronunciar. Melody, esa misma niña que con diez años nos puso a todos a bailar con "El baile del gorila", ha demostrado que ha crecido, sí, pero no solo en edad. También en criterio, en elegancia, y sobre todo, en bemoles.
Porque lo que dijo, lo dijo claro y sin despeinarse: que ella respeta la música, que cuando sube a un escenario quiere transmitir belleza, arte, poderío y sentimiento. Y que hay otros que hacen cosas que no van con ella. Bravo, Melody. Así se habla, reina.
Vamos a ver, no se trata de gustos musicales ni de fobias personales. Esto va más allá. Va de la doble moral que rodea a festivales como Eurovisión, donde la provocación gratuita y el escándalo se disfrazan de vanguardia.
Cuando yo era “niña chica”, Eurovisión era ese evento sagrado que reunía a la familia frente al televisor. Se preparaba uno como si fuera la final del Mundial.
Se discutía sobre los estilismos, se cantaban los estribillos, y se aplaudía cuando quedábamos en el puesto 17 como si hubiéramos ganado.
¿Se acuerdan de aquella coletilla de “Royaume-Uni, two point”? Jajajaja, nosotros decíamos: Wayomini two point jajajaja con ese inglés que nos caracterizaba entonces!! Era un ritual casi litúrgico, donde lo importante era la música y la emoción de compartir.
Recuerdo en mi casa, en Málaga, cómo mi madre preparaba la cena como si fuese Nochebuena. Nos sentábamos todos frente al televisor, hasta los abuelos se apuntaban, aunque luego dijeran que no les gustaba, que en sus tiempos la música tenía nombre.
Y allí estábamos, celebrando o protestando según el número de puntos que nos daban. Era una cita que unía generaciones, y que ahora parece haber quedado enterrada bajo capas de polémica y fuegos artificiales.
Pero de un tiempo a esta parte, Eurovisión se ha convertido en una trinchera ideológica. Como casi todo por otro lado. Cada actuación parece querer lanzar un mensaje político, religioso o de género, y el arte ha quedado en un segundo plano.
Que si banderas, que si protestas, que si performances que buscan más el tuit viral que la nota afinada. Y ojo, que una cosa no quita la otra. La música puede ser perfectamente un canal de reivindicación, pero lo que estamos viendo no es eso. Es una banalización del arte al servicio del escándalo.
Y aquí entra Melody, con su discurso sereno en su rueda de prensa, sin faltar a nadie, pero poniendo el dedo donde escuece. Porque se puede ser moderna sin ser vulgar, se puede ser reivindicativa sin necesidad de disfrazarse de meme.
Melody lo dijo todo sin decir nombres, y eso tiene más clase que cualquier golpe de efecto sobre un escenario. Ella habló desde el respeto, y eso ya es revolucionario hoy en día. Por ejemplo, Pastora Soler siempre ha hablado del respeto que sintió al representar a España en Eurovisión. Decía que subir a ese escenario era como entrar en una catedral: con solemnidad y devoción. Qué maravilla, ¿no?
Eurovisión tiene historia. Allí brillaron Abba, Celine Dion, Massiel, incluso aquel Raphael que con un simple traje y una mirada intensa nos dejó a todos pegados al sofá. Y no hace falta irse tan lejos: Pastora Soler, Ruth Lorenzo, incluso Chanel, supieron combinar modernidad y respeto por la música.
Chanel misma decía: "El trabajo duro da sus frutos". Pues eso. No hace falta desnudarse en directo para hacer historia. Hace falta talento. Y eso, precisamente eso, es lo que Melody reivindica con su forma de estar y de cantar, porque talento a ella le sobra.
¿Y qué hay del público? Pues que muchos ya no se sienten representados. Que han cambiado el salón familiar por el meme de X, el aplauso por la burla. Y eso, en el fondo, entristece.
Porque la música, como decía Nietzsche, "es el verdadero lenguaje universal de la humanidad". Y cuando ese lenguaje se usa para generar ruido y no melodía, lo que queda es eso: ruido. Y no me vengan con cuentos, que todos lo sabemos.
Melody, con sus declaraciones, ha hecho más por dignificar la música que muchos en sus tres minutos de show. Ha recordado que se puede tener voz y usarla con inteligencia. Que se puede brillar sin necesidad de quemar el escenario. Y que el respeto no está reñido con la creatividad. Que se puede ser actual sin ser escandalosa, que se puede emocionar sin necesidad de aturdir. Y eso, amigas y amigos, tiene mucho más mérito que cualquier intento de provocar.
Así que sí, querida Melody, gracias. Por ponerle bemoles al asunto. Por hablar claro. Por recordarnos que hay otra forma de hacer las cosas. Y por no callarte cuando el panorama está lleno de gritos huecos. Porque si no lo decimos nosotras, ¿quién lo va a decir?
Porque en este mundo de filtros, provocaciones forzadas y likes instantáneos, hace falta más gente como tú: que suban al escenario con arte, con alma y con respeto. Porque eso, querida Melody, es lo que de verdad perdura. Y eso, perdóneme quien se moleste, es ser una verdadera diva. De las que dejan huella, no solo por lo que cantan, sino por cómo lo defienden. Con arte. Con poderío. Y con ese sur que nunca se pierde.