
El expresidente del Gobierno Mariano Rajoy este miércoles en el Congreso de los Diputados. Europa Press
Maldita la gracia que me hace Rajoy
La indolencia fue el principal atributo del Gobierno Rajoy. Representó la antipolítica institucionalizada, el gerencialismo más perezoso.
Mariano Rajoy lleva tiempo libando las mieles del efecto expresidente, ese enjuague que concede la fragilidad de la memoria a los jefes de Gobierno español tiempo después de que hayan salido del cargo.
Ya nos hemos hecho a la reconversión de quien fuera el vértice de una estructura criminal de Estado en faro moral de la disidencia del PSOE, o del camarada de las satrapías tropicales en embajador mundial de la paz.
Pero el caso de Rajoy resulta más insólito. Hace un lustro era disciplina nacional cachondearse de sus derrapes verbales. Y aunque es evidente que nunca correspondió a la imagen de botarate que la izquierda quiso proyectar de él, se extendió una burlona aversión a la ramplonería que representaba.
El caso es que poco a poco algunos redescubrieron que, pese a los recurrentes cortocircuitos dialécticos, era un orador notable. Se revalorizó su retranca y su guasa. Y hasta las tautologías absurdas a las que echaba mano para salir del paso se hicieron simpáticas.
Su comparecencia este miércoles en la comisión de investigación parlamentaria sobre la Operación Cataluña le ha reportado nuevos encomios en las redes sociales. Y los hay entre la derecha que lo están rehabilitando incluso como hombre de Estado.
🔴 Rajoy a Belarra tras pedirle que no tome por tontos a los diputados de Podemos: “Si yo creo que son tontos... con su permiso no voy a responder”
— EL ESPAÑOL (@elespanolcom) March 5, 2025
"No se trata de generar aquí un mal ambiente. Yo pienso lo que pienso y supongo que usted pensará lo que piensa y hace muy bien" pic.twitter.com/iirA1j9rEJ
Pero la única forma en la que el mandato de Rajoy podría refulgir sería en comparación con la devastación que legará la cleptocracia sanchista.
Porque la mayor parte de los males políticos que nos afligen hoy se larvaron en la etapa de Rajoy. El principal, la extorsión de las facciones separatistas, a las que dejó germinar y a las que no supo arrancar de raíz cuando tuvo la oportunidad.
La indolencia fue el principal atributo del Gobierno Rajoy. Representó la antipolítica institucionalizada, el gerencialismo más perezoso. Malbarató una legislatura de mayoría absolutísima, en la que no revirtió ni una sola de las vigas maestras del edificio legislativo izquierdista.
Rajoy fue nuestra Angela Merkel: años perdidos en los que no se acometió ninguna de las reformas estructurales pendientes que, así en España como en Alemania, nos han abocado al declive.
Rajoy fue también el artífice de la evisceración doctrinal de la derecha española. E inoculó en su partido el espíritu funcionarial que lo ha tornado impotente para la batalla política.
Rajoy fue la molicie tecnocrática que engendró el despotismo polarizante de Sánchez.
Rajoy fue de hecho quien nos condenó al Gobierno de Sánchez, al negarse a dimitir a cambio de la retirada de la moción de censura.
Rajoy fue quien aupó a los dinamiteros de Podemos. Quien apuntaló el imperio mediático izquierdista.
Rajoy fue la mediocridad presuntuosa que alecciona escribiendo más libros de los que ha leído.
Rajoy fue la tolerancia con la corrupción. El terror fiscal. El empleo bastardo de las catacumbas de la Administración.
Tan contaminados estamos de la cultura del zasca que muchos se quedan del expresidente con la sorna con la que torea a Gabriel Rufián en el Congreso, o con sus inenarrables crónicas del Mundial de Fútbol.
Pero a algunos no se nos olvida que Rajoy fue un bolso en el escaño del presidente del Gobierno mientras el país convulsionaba.