
Pedro Sánchez y José Luis Ábalos en el Congreso de los Diputados.
Las flores del mal de Míster Guapo
No deja de ser irónico que un presidente para el que se ha manufacturado una fotogenia de la belleza tuviera en su trastienda la contrafigura de un tipo tan sórdido.
La filtración de algunas de las conversaciones que Pedro Sánchez mantuvo con José Luis Ábalos certifica que la relación entre el presidente y su exministro se asemejaba mucho más a la que se mantiene con un apoderado que con un subalterno.
En las instrucciones estratégicas que le brinda al presidente se perfila todo un consejero aúlico. Sánchez ejerce la potestad, vaya si la ejerce, pero se aprecia que es Ábalos quien está investido de autoridad, a pesar del tono lacayuno con el que se dirige a su jefe.
Por eso, estas transparencias apuntalan igualmente una impresión de la que ya estábamos convencidos: Ábalos era algo así como el reverso tenebroso de Sánchez. Su doppelganger maléfico. El desdoblamiento deforme que bailaba en la sala subterránea de cortinas rojas de Ferraz, y en el que se vertían todas las mezquindades y secretos inconfensables del presidente.

El comisionista Víctor de Aldama en un acto del PSOE el 3 de febrero de 2019 en el que se fotografió junto a Pedro Sánchez.
No deja de ser irónico que un presidente para el que se ha manufacturado una fotogenia de la belleza tuviera en su trastienda la contrafigura de un tipo tan sórdido. El adonís esbelto con porte cimbreante de runner tenía como negativo a un tipo malencarado, fumador obstinado y de hechuras de cinqueño terciado, testimonio vivo de unas aficiones insalubres de ibérica estirpe.
En el núcleo del aseado Ejecutivo que dirigía, anidaba de forma subcutánea un repertorio hórrido de burdeles, chalés de gañote, chicas de compañía, bolsas con dinero y trapicheos con narcodictaduras caribeñas.
El gobierno contra la corrupción se cimentaba sobre la corrupción. Con esa difuminación, tan propia del sanchismo, entre negocios públicos y privados, Sánchez practicaba la doctrina de que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu mano derecha.
El fontanero del PSOE se movía también entre el detrito de las cañerías de la Administración. El vistoso jardín de La Moncloa en el que Sánchez se fotografiaba con su perrito necesitaba de una cloaca para depurar las aguas fecales de su sotogobierno.
En ese jardín dejó crecer Sánchez las flores del mal. Tal es la imagen de la que se sirvió Baudelaire para recordar que toda belleza contiene el germen de su destrucción. Que la otra cara de la belleza es la podredumbre.
Fue Pedro Almodóvar quien señaló que a Sánchez "le llaman Míster Guapo". Y lo divertido del asunto es que quien le llama así es una cuenta de Twitter que, bajo la apariencia de un anónimo entusiasta de la guapura del presidente, oculta un paisano untado por el PSOE para hacer creer que el emperador va vestido.
Este es el drama del sanchismo. La disonancia entre sus ensueños caudillistas y el raquitismo de sus apoyos reales ha obligado a la maquinaria mercadotécnica del presidente a fabricar un furor de laboratorio para magnificar la adhesión (aún guardamos en la memoria con bochorno la ópera bufa de los cinco días de reflexión).
Sánchez ("el puto amo", al decir de Óscar Puente) se ha rodeado de una horda de rapsodas que cantan la tenacidad y el tesón del alquimista que transforma apuros personales en virtudes públicas. El único energizante de este Gobierno impotente ha sido el espejo de Ferraz que contestaba cumplidamente cuando su presidente le preguntaba quién es el más bello del reino. Y, como atestiguan los chats en los que echa pestes de los barones críticos, ha llegado un momento en que ya no queda nadie en el PSOE para responder con sinceridad a esta interrogación.
A base de asertividad, la nomenclatura socialista ha llegado a creer realmente que toda la crítica pública a Sánchez se reduce a aquello que le sucedía a Cristiano Ronaldo: "Por ser rico y por ser guapo la gente tiene envidia de mí". Algo así vino a sostener un diputado socialista: a Sánchez "le tienen envidia por lo bueno que está".
En ese discurso ha incrustado también el PSOE el asunto de los mensajes: la "política de casquería" de la oposición con los chats filtrados es la enésima expresión del acoso al que la (ultra)derecha, frustrada por no gobernar, somete al presidente al que tributa su envidia.
Y así, practicando el chantaje emocional propio de un novio tóxico (bellísimo, no así bellísima persona), el presidente queda facultado para mantener amarrado y continuar trepanando a un PSOE con el que ha establecido una relación de naturaleza vampírica. Sánchez, el Edward Cullen de Pozuelo.