
Los líderes de las negociaciones, tras el anuncio.
La prosperidad compartida en Gibraltar requiere mucho más que desmontar la verja
El modelo actual favorecería claramente a Gibraltar y perpetuaría un desequilibrio estructural que podría agravarse si se eliminan barreras sin garantizar una armonización normativa, fiscal y laboral.
A cinco años del Brexit, la Unión Europea, España y el Reino Unido han alcanzado un acuerdo sobre el futuro de Gibraltar que anuncia una nueva era.
La declaración conjunta que han hecho pública este miércoles promete eliminar barreras físicas, facilitar la movilidad laboral y permitir un espacio sin controles fronterizos visibles. Pone fin a la verja y redefine el estatus de Gibraltar, que pasa a ser un asociado funcional del espacio Schengen, con los controles fronterizos en puerto y aeropuerto gestionados por la policía española.
La música suena bien: prosperidad compartida, cooperación transfronteriza, integración práctica, seguridad jurídica…
Pero ¿y la letra? ¿Es este acuerdo suficiente?
Desde mi visión liberal y europeísta, la respuesta es no. La desaparición de la verja debe ser sólo el principio.
Si la prosperidad es verdaderamente el objetivo, es necesario abordar las causas estructurales del desequilibrio entre Gibraltar y el Campo de Gibraltar. Y eso implica enfrentarse a verdades incómodas: competencia fiscal desleal, dependencia económica de baja calidad, opacidad institucional y una debilidad estructural del Estado en su propia periferia.

El ministro de Exteriores británico, David Lammy, y el ministro principal de Gibraltar, Fabián Picardo (en el centro) este miércoles antes de viajar a Bruselas
Durante décadas, Gibraltar ha funcionado como un enclave con autonomía fiscal, acceso privilegiado al mercado europeo (incluso tras el Brexit, de forma indirecta), y una economía basada en servicios financieros opacos, venta de tabaco y bunkering de combustible.
Mientras tanto, al otro lado de la verja, La Línea de la Concepción y su entorno sufren niveles de desempleo estructural, economía sumergida y fuga de talento.
La promesa o espejismo de una "zona de prosperidad compartida" no puede consistir sólo en eliminar los controles fronterizos. Acabar con la verja tiene un valor simbólico innegable, y es un primer paso de enorme trascendencia.
Pero, como refleja el muy reciente estudio Relaciones España/Reino Unido en relación con Gibraltar: análisis de prosperidad compartida, elaborado por alumnos de la Facultad de Derecho de la Universidad de Málaga, coordinados por la profesora de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales María del Pilar Rangel Rojas, la prosperidad compartida no es un modelo sostenible en la práctica.
El modelo actual favorecería claramente a Gibraltar y perpetuaría un desequilibrio estructural que podría incluso agravarse si se eliminan barreras físicas sin garantizar antes una armonización normativa, fiscal y laboral.
La clave debe ser corregir las asimetrías que hacen que Gibraltar prospere mientras su entorno se rezaga. Y para eso, hacen falta políticas ambiciosas que no eviten los conflictos reales.
Hay una cuestión de soberanía, a la que Sánchez ha recordado que España no va a renunciar, que sigue sin resolver.
Que el Gobierno de España no haya informado previamente al Congreso de los Diputados (ni siquiera al principal partido de la oposición) de los términos en que se estaba desarrollando una negociación que afecta a la integridad territorial de nuestro país tampoco ayuda nada. Por mucho que responda a un patrón conocido de irrespeto a los mecanismos democráticos.
En cualquier caso, yo creo sinceramente que siempre es un buen momento para ser propositivo. Y, en ese sentido, creo que una agenda sencilla de cinco puntos podría posibilitar en gran medida esa integración real.
1. En primer lugar, Europa tiene la oportunidad y la responsabilidad de intervenir con decisión. No basta con celebrar la caída simbólica de una barrera física; hay que acompañarla con acciones concretas que promuevan la convergencia real.
Eso significa habilitar un instrumento específico de financiación para corregir los desequilibrios, con programas de inversión a largo plazo en el Campo de Gibraltar (por ejemplo, en infraestructuras logísticas, movilidad laboral, innovación tecnológica y formación dual).
Por supuesto, es imprescindible acabar con las sombras que envuelven la fiscalidad del peñón. Gibraltar, con su atractivo como refugio para empresas que buscan escapar de los rigores tributarios, genera una competencia que afecta negativamente a la economía española contigua.
La transparencia, el intercambio de información y una fiscalidad equilibrada no sólo son una cuestión de justicia, sino también un paso necesario para que la cooperación no se convierta en una simple fachada.
Además, más allá de acuerdos diplomáticos puntuales, es necesario institucionalizar la cooperación a través de una autoridad transfronteriza mixta, con participación de la UE.
Este organismo podría coordinar la movilidad, los servicios compartidos (sanidad, emergencia, infraestructuras) y supervisar la aplicación efectiva del acuerdo. Además, debería incluir una dimensión ciudadana, con representación de ambos lados de la verja.
Igualmente, el nuevo espacio sin frontera debe ser también un espacio de inversión inteligente, un motor de crecimiento conjunto generador de empleo de calidad para ambos lados.
Una zona económica especial transfronteriza, con incentivos laborales, fiscales y regulatorios bajo control europeo, permitiría atraer empresas tecnológicas, sostenibles o de servicios avanzados que operen tanto desde Gibraltar como desde el Campo.
Y, sin ninguna duda, la UE debe ser garante de que los compromisos asumidos por Reino Unido y Gibraltar se cumplen íntegramente. No puede basarse únicamente en la buena voluntad de las partes. Esto implica incluir cláusulas de revisión periódica, pública rendición de cuentas y la posibilidad de suspender beneficios si se producen regresiones.
No se puede permitir que una colonia militar, controlada por una potencia ajena a la Unión, funcione como una excepción fiscal dentro del mercado europeo.
A mi juicio, esta agenda de cinco puntos (fondo de convergencia, armonización fiscal y transparencia, autoridad transfronteriza real, zona económica especial verdaderamente binacional y condicionalidad europea firme) no es utópica.
Es precisamente lo que el liberalismo europeo ha defendido siempre: competencia justa, integración responsable y gobernanza democrática. Lo contrario sería ceder a una idea tan hueca como falsa de "normalización", que asume que Gibraltar puede seguir siendo lo que es —una base militar con funciones de paraíso fiscal— y que todo consiste en facilitar el tránsito de personas.
La cuestión de Gibraltar es un test para el europeísmo auténtico. La desaparición de la verja puede ser una victoria simbólica, pero, sin medidas estructurales, no corregirá los desequilibrios históricos.
La verdadera prosperidad compartida no vendrá solo con gestos diplomáticos, sino con reformas que exijan tanto a España como a Gibraltar que cambien. Porque para estar en Europa —de verdad— hay que dejar de ser una excepción.