Joe Biden y Kamala Harris juntos, en una imagen de archivo de la Casa Blanca.

Joe Biden y Kamala Harris juntos, en una imagen de archivo de la Casa Blanca. Europa Press

Estados Unidos

"¡Perderemos nuestra puta democracia por ti!": cómo una cena con Jane Fonda en casa de Costos avanzó la caída de Biden

Trump aprovecha la publicación de Original Sin, un libro que destripa la debacle política del expresidente, para cargar las tintas contra él.

Más información: Trump ordena investigar la legitimidad de los indultos concedidos por Biden, entre ellos al hijo del expresidente

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—¡Vamos a perder nuestra puta democracia por tu culpa! —acusó, fuera de sí, el aclamado director de Hollywood Rob Reiner a Douglas Emhoff, marido de la entonces vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris.

Era finales de junio. El segundo caballero seguía —atónito, como el resto del mundo— el primer debate presidencial entre Joe Biden y Donald Trump desde el interior de Holmby Hills, una mansión modernista en Los Ángeles propiedad de James Costos, embajador en España durante la presidencia de Barack Obama, cuando Reiner perdió los nervios.

El balbuceo ininteligible de Biden durante los 90 minutos de emisión sacó de sus casillas a los ilustres asistentes a la cita, entre los que figuraban tres prominentes gobernadores demócratas. Y la actriz Jane Fonda, que lucía “igual de angustiada”, claro, que su amigo Reiner, otro demócrata confeso encargado habitualmente de la recaudación de fondos.

Biden no presentó aquella noche su mejor versión, desde luego. El mundo se enteró en ese momento del deterioro cognitivo que sufría el presidente de Estados Unidos. Una deriva que muchos habían percibido por sus múltiples deslices —tanto verbales como físicos— en sus apariciones públicas. No había vuelta atrás, y los demócratas lo supieron entonces.

La acusación desesperada de Reiner a Emhoff es uno de los pasajes insólitos que, once meses después del debate, los periodistas Jake Tapper y Alex Thompson recogen en su libro Original Sin (Hutchinson Heinemann, 2025), una crónica que, como anticipa su portada, profundiza en “el deterioro del presidente Biden, su encubrimiento y su desastrosa decisión de postularse de nuevo”.

Trump aprovechó la publicación del libro para cargar las tintas contra su predecesor. Una semana después del lanzamiento del inminente bestseller, sin embargo, el entorno del expresidente anunció que Biden padecía un cáncer de próstata avanzado. Metástasis.

El delicado estado de salud del líder demócrata no frenó, en ningún caso, las acometidas de Trump. Este miércoles, el mandatario estadounidense decidió abrir una investigación para esclarecer, dice, si Biden encubrió el deterioro de sus capacidades cognitivas mientras ocupaba la Casa Blanca.

El movimiento de Trump no tiene precedentes en la historia de Estados Unidos. Las pesquisas que impulsa pretenden determinar si el estado de salud de Biden lo incapacitaba para tomar decisiones. En caso afirmativo, la investigación puede invalidar miles de órdenes ejecutivas e indultos emitidos durante la Administración anterior.

La orden ejecutiva pone el foco en el uso del autopen, una máquina que utiliza tinta real para duplicar una firma humana. Trump quiere saber si sus asesores lo utilizaron de forma legítima o lo hicieron para ocultar la incapacidad de Biden a la hora de estampar su rúbrica sobre las órdenes ejecutivas.

Según determinó dos décadas atrás la Oficina de Asesoría Legal del Departamento de Justicia, un presidente no necesita firmar personalmente un documento oficial para que sea considerado válido. De hecho, el propio Trump utiliza este método para correspondencia rutinaria.

Nada de eso importa. De todos modos, la orden de Trump hace hincapié en los indultos que Biden concedió en la recta final de su mandato. Indultos que, además de beneficiar a algunos de sus familiares, conmutaron las sentencias de muerte de 37 de las 40 personas en el corredor de la muerte.

“En los últimos meses, se ha hecho cada vez más evidente que los asistentes del expresidente Biden abusaron del poder de las firmas presidenciales mediante el uso del autopen para ocultar el deterioro cognitivo de Biden y ejercer la autoridad del Artículo II”, recoge la orden firmada por Trump.

“Esta conspiración representa uno de los escándalos más peligrosos y preocupantes en la historia de Estados Unidos. El público estadounidense fue deliberadamente protegido de saber quién ejercía el poder ejecutivo, mientras la firma de Biden se utilizaba en miles de documentos para implementar cambios radicales en las políticas”, sentencia la nota.

Trump quiere abonar la hipótesis de que, en realidad, Biden no tomaba las decisiones; de que gobernaban sus asistentes. Según esta lógica, Biden sólo figuraba. Y que ni siquiera eso lo hacía demasiado bien.

Biden no tardó en responder a la orden de Trump. “Permítanme ser claro: yo tomé las decisiones durante mi presidencia. Tomé las decisiones sobre los indultos, las órdenes ejecutivas, la legislación y las proclamaciones. Cualquier sugerencia de que no lo hice es ridícula y falsa”, remató su comunicado.

Los republicanos no tienen la intención de dejar pasar este momento. Varios miembros del partido quieren que la ex primera dama Jill Biden testifique en el Congreso sobre el estado cognitivo de su marido. Una petición que incluso Trump consideró excesiva. Por una vez, el presidente tuvo que frenar a sus huestes.

“Es la esposa de un hombre que estaba atravesando muchos problemas, y todos los que trataron con él lo entendían. Y supongo que eso quedó claro durante el debate”, reconoció Trump, que sin embargo tampoco pretende soltar este tema.

Desviar el foco

¿Por qué? Y, sobre todo, ¿por qué ahora? “La agenda de Trump ha encontrado varios obstáculos: Elon Musk destrozando el Gran Hermoso Proyecto de Ley, la pelea por los aranceles y la falta de nuevos acuerdos comerciales de reemplazo, y otros temblores en el motor económico. Así que no sorprende que quiera que los malos recuerdos sobre Biden estén en el centro del ciclo informativo”, responde Jim Geraghty, corresponsal político senior del National Review y columnista en The Washington Post.

“El estado mental de Biden en los últimos meses (¿años?) de su presidencia es un verdadero escándalo, pero será difícil que el Departamento de Justicia de Estados Unidos acuse penalmente a alguien, a menos que alguien se presente y confiese haber cometido un delito o afirme haber sido testigo de un crimen real —es decir: Vi a tal persona usar el autopen para falsificar la firma del presidente en documentos oficiales”, traslada Geraghty a este periódico.

“Lo más probable es que Biden firmara documentos que le fueron descritos de forma inexacta y que no leyó por sí mismo, o que firmara documentos y luego se olvidara de ellos”, sostiene el columnista del Post.

Gaslighting

El entorno más próximo a Biden, los líderes demócratas, los medios de comunicación cercanos. Todos hicieron gaslighting o luz de gas, de forma más o menos premeditada, para eludir la deriva cognitiva del presidente cuando, en realidad, había indicios que hacían presagiar que la cuestión podría hacer saltar por los aires su candidatura.

El más evidente es el informe que redactó Robert Hur, el fiscal especial que investigó el manejo de documentos clasificados por parte de Biden. Hur, que optó por no presentar cargos contra el entonces presidente, justificó su decisión alegando en su escrito que Biden “parecería una figura simpática ante un jurado por ser un anciano con una memoria defectuosa”.

Los demócratas, sin embargo, quisieron aferrarse a la desesperada a la versión que Biden presentó, sin ir más lejos, en el debate del Estado de la Unión de principios de marzo del pasado año.

En Original Sin, Tapper y Thompson recogen los motivos que llevaron a Hakeem Jeffries, entonces líder de la minoría demócrata en el Congreso, a cerrar filas con Biden. “¿Acaso la gente no lo había visto durante el Estado de la Unión? ¿Entendían lo crucial que fue ese discurso, pronunciado a las 9:00 p.m. en un entorno hostil, con provocadores como la congresista republicana Marjorie Taylor Greene tratando de sacarlo de concentración? Biden entró directamente en la boca del lobo una hora antes del discurso y metió la cabeza en las fauces de la bestia: posó para selfies, se tomó su tiempo caminando por el pasillo”, escriben.

Con la notable excepción del congresista Dean Phillips, los demócratas permanecieron cerrados en banda hasta la noche del fatídico debate. Sobre todo, los máximos exponentes del ala izquierda del partido, a los que Biden había dado algunas alegrías durante su mandato.

El empeño de Biden en presentarse de nuevo, pese a haber asegurado que él era “un presidente de transición”, abrió las primeras grietas en la coalición demócrata. ¿Qué queda ahora de todo eso? ¿Qué predicamento tiene Biden entre sus compañeros de partido? “Un poco por encima del hongo del pie”, sentencia Geraghty.

“Biden siempre fue este político veterano, parlanchín, propenso a los deslices, que daba palmadas en la espalda, pero los demócratas lo adoraban cuando fue el hombre que puso fin a la presidencia de Trump —apunta el columnista del Post—. Ahora está destinado a ser recordado como el tipo que ayudó a Trump a volver, que se postuló para otro mandato cuando ya era demasiado mayor, que negó esa realidad durante demasiado tiempo, y que eligió como compañera de fórmula a Kamala Harris, quien no podría vencer a Trump”.